
A finales del siglo XX, los líderes de la República Bananera, es decir, los representantes de la rancia aristocracia y la clase política dominante, decidieron que había llegado el momento de acabar con la guerrilla de una vez por todas.
Tras haber fracasado en tantos y tontos intentos, sólo quedaba una forma para conseguirlo: mano dura, guerra declarada, fuego, plomo…
Pero esos líderes de la República Bananera no eran guerreros ni militares. Sólo eran gentes “bien” con apellidos y dinero pero sin el valor de un soldado. Se necesitaba, pues, un soldado.
Sólo que tampoco podía ser un soldado, un militar, porque se supone que esto no es una dictadura. Además corrían el riesgo de que el militar (como ya había ocurrido antes con un general) decidiera, efectivamente, montar una dictadura.
Así que había que encontrar un hombre común con la valentía de un soldado pero que a la vez pudiera parecer uno de ellos: un líder de la patria.
Y lo encontraron.
Era un finquero, propietario de caballos, socio de narcotraficantes y creador de sangrientos ejércitos privados. Un hombre sin escrúpulos que incluso había osado entrar a la vida pública y política del país con excelentes resultados.
No era un aristócrata como ellos, ni un político de marras, pero podía servir a sus oscuros propósitos.
El plan consistía en llevarlo a la cima del poder, darle la potestad para llevar a cabo la sucia misión que ellos jamás podrían hacer porque no iban a manchar de sangre y oprobio sus apellidos tan bien heredados.
Y porque para llevar a cabo esa guerra, habría que cometer delitos de lesa humanidad, pasar por encima del Derecho Internacional Humanitario. De modo que si algún día la Corte Penal Internacional llegase a juzgar a alguien por esos crímenes, que fuera a ese que estaban montando, no a ninguno de ellos.
Así que lo montaron.
Lo que no se esperaban esos líderes es que ese finquero, narcotraficante y paramilitar, les iba a salir general -como dicen por ahí- y que iba a terminar cambiando la constitución para perpetuarse en el poder, elevando su mafia paramilitar y narcotraficante al nivel del Estado, y desterrando a la aristocracia bananera y a la clase política tradicional.
No, eso no se lo esperaban. Como tampoco se esperaban que el pueblo lo quisiera tanto. Pero cómo no lo iba a querer el pueblo si es que ese mafioso representaba, justamente, lo que los especialistas han dado en llamar “el sueño bananero”, que no es otro que el deseo individual de riqueza y de poder sin importar cómo lograrlo.
Lo peor de todo, es que el mafioso al que montaron, no sólo se estaba enquistando en el poder con toda su cohorte, sino que con el tiempo tampoco les cumplió la promesa de acabar con la guerrilla. Uno que otro golpe militar para exponer en medios y hacer ver como que sí estaba cumpliendo, pero todo eso tan positivo era falso.
Así que los líderes de la República Bananera, tras ocho años de haberle entregado el poder al diablo, decidieron que había llegado el momento de recuperarlo.
Así que escogerían a un sucesor, pero esta vez sería uno de ellos, un aristócrata y político de marras, con nombre y apellido de tradición, pero que pudiera continuar con la política de impunidad democrática impuesta por el mafioso.
Pero el mafioso no estaba dispuesto a dejar el poder y estaba haciendo todo para hacerse reelegir por el pueblo que lo amaba. Así que los líderes tuvieron que recurrir a los altos magistrados de la corte para que declararan inexequible el referendo reeleccionista.
Así que el mafioso buscó entre los suyos a uno o varios que lo sucedieran y con los que pudiera asegurarse la continuidad, no sólo de sus políticas sino de su impunidad, y escogió a dos de ellos.
Lo que no atinó a prever, en su afán, es que uno de esos dos era, precisamente, un aristócrata y político tradicional del mismo tipo de los que estaban conjurando en su contra. Y creyendo que aquel le sería fiel, lo ayudó a montarse en el poder.
Fue entonces que el tirano, el mafioso, el paramilitar y narcotraficante, se supo traicionado. Aquellos que lo subieron al poder ahora no sólo lo habían tumbado sino que lo entregaban a la Corte Penal Internacional para ser juzgado.
Los líderes de la República Bananera, reunidos en un Frente de Unidad Nacional, frente común y unificado, habían retomado el poder.
De ese modo la República Bananera entró de lleno en el siglo XXI, con una democracia feudal donde el pueblo sigue eligiendo a sus tiranos.
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